El Carnaval
surge en el calendario festivo como un tiempo de transgresión, como una
intención o necesidad colectiva de permutar el orden social. Ya en tiempos del
imperio romano-léase saturnales, bacanales etc.- surgieron esas licencias
lúdicas de libertad extrema, ese intercambio temporal de jerarquías y clases
sociales; como una necesidad de romper por unos días el orden establecido.
El carnaval
nace, en respuesta a la rigidez social y religiosa del momento, desde una
protesta de sectores sociales subalternos hacia las clases y adoctrinamientos
dominantes. Así, en la Edad Media, se acentúa el carnaval popular como
contrapunto a la rigidez religiosa de la época.
El pueblo
llano siempre ha estado dispuesto a diseñar perfiles de defensa ante el
hermetismo político, social o religioso, impuesto históricamente en
verticalidad cenital, es decir, de arriba a abajo. De esta forma nacen en
España los carnavales populares, como contrapunto al periodo cuaresmal de
recogimiento, abstinencia, ayuno y penitencia designado en la Edad Media por la
Iglesia Católica.
El carnaval
nos ofrece un espacio de libertad en el que modificar nuestro status social.
Por unos días, los príncipes pueden ser mendigos y los mendigos príncipes.
Podemos huir de nuestro propio yo, ser diferentes, anónimos, desconocidos, camuflados
en la incógnita del disfraz o de la máscara.
Refiriéndonos
a nuestra tierra, en Extremadura podemos establecer una clara diferencia entre
el carnaval urbano y el carnaval rural. Mientras en el primero se implanta una
escenografía más moderna y prediseñada, de mayor vistosidad y colorido, con
influencias italianizantes, tales como los de Badajoz, Navalmoral de la Mata,
Plasencia, Cáceres, Coria, etc. en el segundo se conservan todavía costumbres
antiguas, ancestrales, donde prevalece el contacto directo con la naturaleza y
el mundo animal, así como la espontaneidad y escenificación popular junto a una
deliberada y humorística inversión de las jerarquías sociales y religiosas. Un ejemplo
de ello es el Carnaval Jurdanu, así como otras representaciones carnavaleras,
tales como el Jarramplas en
Piornal, el Taraballo en Navaconcejo, el Pero-Palo en
Villanueva de la Vera, el Zampajigos en Pasarón, los Bujacos
de Casar de Cáceres, las Carantoñas de Acehuche, los Jurramachos de
Montánchez, el Morcillo de Aceituna, los Compadres de Ribera
del Fresno y Fuente del Maestre, los Candelarios de Feria, las Pantarujas
de Almendralejo, etc.
Costumbres
populares del carnaval en la provincia de Cáceres, ya difuminadas con el paso
del tiempo, son también los jueves de comadres y compadres, anteriores,
respectivamente, al domingo gordo (domingo de carnaval). “Cantemos y bailemos/amigas
mías/que jueves de comadres/no es más que un día-(Pescueza (Cáceres)” Todas
ellas conservan esa raíz antigua y popular, lejos de la modernidad urbana, más
dada a las influencias exteriores.
El Carnaval es
el anuncio de la Cuaresma: carnem (carne), levare (adiós) adiós a la carne; ese
camino de abstinencia por el que transcurren los cuarenta días del periodo
cuaresmal. Por eso el carnaval y la propia ley, permiten este preámbulo de
libertad, de transgresión, de anarquía, como pórtico de entrada al recogimiento
religioso.
Atrevernos a
vivir el carnaval es encontrar una forma de evasión de una realidad cotidiana
que nos enquista cada día más en la rutina de un orden, de una estructura
social diseñada para la diferencia de unos sobre otros. Por unos días tenemos
la oportunidad de transgredir esa estructura, de invertir el orden social, de
escaparnos, por el laberinto del disfraz o de la máscara, hacia un teatro,
distinto de la realidad, donde hacernos príncipes o mendigos, reyes o súbditos,
lobos o corderos.
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