domingo, 5 de febrero de 2017

EL CARNAVAL





El Carnaval surge en el calendario festivo como un tiempo de transgresión, como una intención o necesidad colectiva de permutar el orden social. Ya en tiempos del imperio romano-léase saturnales, bacanales etc.- surgieron esas licencias lúdicas de libertad extrema, ese intercambio temporal de jerarquías y clases sociales; como una necesidad de romper por unos días el orden establecido.
El carnaval nace, en respuesta a la rigidez social y religiosa del momento, desde una protesta de sectores sociales subalternos hacia las clases y adoctrinamientos dominantes. Así, en la Edad Media, se acentúa el carnaval popular como contrapunto a la rigidez religiosa de la época.
El pueblo llano siempre ha estado dispuesto a diseñar perfiles de defensa ante el hermetismo político, social o religioso, impuesto históricamente en verticalidad cenital, es decir, de arriba a abajo. De esta forma nacen en España los carnavales populares, como contrapunto al periodo cuaresmal de recogimiento, abstinencia, ayuno y penitencia designado en la Edad Media por la Iglesia Católica.
El carnaval nos ofrece un espacio de libertad en el que modificar nuestro status social. Por unos días, los príncipes pueden ser mendigos y los mendigos príncipes. Podemos huir de nuestro propio yo, ser diferentes, anónimos, desconocidos, camuflados en la incógnita del disfraz o de la máscara.
Refiriéndonos a nuestra tierra, en Extremadura podemos establecer una clara diferencia entre el carnaval urbano y el carnaval rural. Mientras en el primero se implanta una escenografía más moderna y prediseñada, de mayor vistosidad y colorido, con influencias italianizantes, tales como los de Badajoz, Navalmoral de la Mata, Plasencia, Cáceres, Coria, etc. en el segundo se conservan todavía costumbres antiguas, ancestrales, donde prevalece el contacto directo con la naturaleza y el mundo animal, así como la espontaneidad y escenificación popular junto a una deliberada y humorística inversión de las jerarquías sociales y religiosas. Un ejemplo de ello es el Carnaval Jurdanu, así como otras representaciones carnavaleras, tales como el Jarramplas en Piornal, el Taraballo en Navaconcejo, el Pero-Palo en Villanueva de la Vera, el Zampajigos en Pasarón, los Bujacos de Casar de Cáceres, las Carantoñas de Acehuche, los Jurramachos de Montánchez, el Morcillo de Aceituna, los Compadres de Ribera del Fresno y Fuente del Maestre, los Candelarios de Feria, las Pantarujas de Almendralejo, etc.
Costumbres populares del carnaval en la provincia de Cáceres, ya difuminadas con el paso del tiempo, son también los jueves de comadres y compadres, anteriores, respectivamente, al domingo gordo (domingo de carnaval). “Cantemos y bailemos/amigas mías/que jueves de comadres/no es más que un día-(Pescueza (Cáceres)” Todas ellas conservan esa raíz antigua y popular, lejos de la modernidad urbana, más dada a las influencias exteriores.
El Carnaval es el anuncio de la Cuaresma: carnem (carne), levare (adiós) adiós a la carne; ese camino de abstinencia por el que transcurren los cuarenta días del periodo cuaresmal. Por eso el carnaval y la propia ley, permiten este preámbulo de libertad, de transgresión, de anarquía, como pórtico de entrada al recogimiento religioso.
Atrevernos a vivir el carnaval es encontrar una forma de evasión de una realidad cotidiana que nos enquista cada día más en la rutina de un orden, de una estructura social diseñada para la diferencia de unos sobre otros. Por unos días tenemos la oportunidad de transgredir esa estructura, de invertir el orden social, de escaparnos, por el laberinto del disfraz o de la máscara, hacia un teatro, distinto de la realidad, donde hacernos príncipes o mendigos, reyes o súbditos, lobos o corderos.
.