Uno pensaba que tras la caída de aquel muro berlinés,
símbolo de una división mundial, tantas veces al borde del enfrentamiento, ya
podríamos respirar tranquilos los sufridos habitantes de este frágil planeta;
pero nada más lejos de una realidad cada vez más incuestionable. A veces,
aquellas cosas que pensábamos imposible que ocurrieran, se nos convierten en
verdades cotidianas a fuerza de hacerse arte y parte de la vida diaria.
Mientras en esta soleada mañana de septiembre
miro por la ventana los postreros colores del verano y repaso ante la pantalla
de mi ordenador las últimas noticias, pienso en lo poco que sirven las
lecciones de los acontecimientos históricos ante la inercia destructiva del ser
humano. Cuando creíamos que el mundo iba a unirse en un abrazo fraternal tras
la caída del muro de Berlín, cuando la guerra fría parecía convertirse en un
cálido encuentro de paz y unión entre los habitantes de la tierra, resulta que,
después de casi 28 años de aquella fecha, los hechos precipitan una realidad
diferente y nos hacen volver de nuevo a aquella inquietud de la época, tan
llena de avatares y sobresaltos. El terror yihadista, el Brexit, la victoria no
deseada de Trump en EE UU, el independentismo catalán, el avance de la
ultraderecha en Europa, el terrible problema de la migración mundial, la huida
del hambre y de la guerra, las desigualdades económicas a nivel global, la
amenaza nuclear de ese loco norcoreano llamado Kim Jong-un, etc,
Todos estos acontecimientos negativos nos han hecho despertar de un sueño
efímero, tal vez imposible. Se nos apagó la luz esperanzadora de aquel 9 de
noviembre de 1989 y el ser humano vuelve a tropezar, una vez más, en la misma
piedra del rencor, de la avaricia, del odio y de la locura…
Desde que los intereses territoriales inventaron las fronteras,
dividendo al mundo en países con realidades propias, la historia de la
humanidad ha sido y es una serie de enfrentamientos alimentados por las ambiciones
y los radicalismos.
Y… mientras esto ocurre en el mundo, Extremadura grita su
abandono de siglos, Trenes de injusticias recorren los raíles de mi tierra,
chirriando ausencias, caminos ancestrales de pobreza que piden dignidad,
orgullo y ayuda. Extremadura viaja sobre una queja enquistada por el tiempo. Es
la hora del grito, de decir, basta ya, de anunciar que somos hijos de una
tierra generosa, hecha de brazos y corazones abiertos; extremeños que apretaron
contra su pecho el dolor de abandonar su tierra cuando la pobreza y el hambre
les obligó a ello; extremeños que repartieron su sudor, su trabajo y su amor en
otros rincones de España. Por eso, esta tierra se merece su dignidad, su bienestar,
su sueño. Por eso yo exijo desde aquí, un tren digno para mi tierra, porque los
extremeños también pagamos nuestros impuestos en este país llamado España para
tener unos servicios dignos y decentes.
La luz de la tarde se abre paso entre los árboles que empiezan a
insinuar su color de otoño. Mientras, desde la mirada de Dios, en la inmensidad
del universo, un punto débil llamado tierra sigue su viaje imparable, un punto
donde habitan seres pequeños cuyas ambiciones, egoísmos y odios les hacen
ciegos e insensibles al único sentimiento capaz de salvar al mundo: el amor.