viernes, 9 de noviembre de 2018

DE LA ILUSION AL DESCRÉDITO.-Cuarenta años de constitución

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Andábamos algunos dejando atrás las inquietudes de la adolescencia, cuando comenzamos a percibir la apertura de un tiempo nuevo. Me hallaba yo por aquellos días haciendo un curso en la Escuela de Capacitación y Experiencias Agrarias de Navalmoral de la Mata. Una mañana de otoño, nos llegó la noticia de la muerte de Franco.

Yo recuerdo que en mi entorno se empezó a percibir un cierto temor por lo que pudiera llegar a suceder. La incógnita de un futuro incierto, surgió, de pronto, como una espada de Damocles sobre nuestras cabezas. Sin embargo, la gente tenía deseos de paz, de libertad, de justicia, de reconciliación y quizá fuese esa la base que posibilitó un periodo de desarrollo y concordia sin precedentes en nuestro país; quizá fueron esos deseos o quizá también el temor a la vuelta atrás, o a aquel ejercito expectante, tan influenciado por la dictadura, quizá, también, la afluencia de una generosidad y una  pericia política admirables; todo ello hizo posible el acercamiento de los diferentes sectores sociales y políticos, que culminó en un entendimiento ejemplar. Recordemos aquel inesperado harakiri de las cortes franquistas, aquella Ley para la Reforma Política, aprobada por los diputados y refrendada después por el pueblo español, aquellas primeras elecciones generales de 1977 y, sobre todo, el nacimiento de una constitución magistral que nos abría las puertas de la esperanza, de la concordia y de la reconciliación entre españoles. Empezábamos a pensar en que era posible dejar atrás para siempre aquellas dos Españas machadianas.

El día 6 de diciembre se cumplen 40 años en que la ciudadanía española rubricó en referéndum la constitución del 78. Es indudable que la Carta Magna ha marcado un periodo de bienestar, democracia y desarrollo muy favorable para el país; sin embargo, ahora vemos que los sucesivos errores cometidos a lo largo de este periodo democrático, y sobre todo en este último tramo, han producido una profunda crisis en todos los sentidos dentro de la sociedad española.

No es bueno perder el recuerdo del pasado. Alguien dijo que la historia es la memoria del pueblo y aquel que no la tiene presente está condenado a repetirla. Si contemplamos hoy objetivamente el paisaje nacional, deduciremos que no nos encontramos en el mejor de los momentos, la mirada objetiva nos pone ante una profunda crisis del estado democrático. Las ambiciones personales, los egoísmos, la corrupción, la crisis de valores, la ausencia de generosidad y humildad política, son datos evidentes que lo demuestran.

La ciudadanía comienza a percibir una palpable falta de independencia entre los tres poderes del estado democrático (Legislativo, Ejecutivo y Judicial) cada poder invade al otro llevado por intereses destructores del bien común. Montesquieu argumentaba que «todo hombre que tiene poder se inclina a abusar del mismo; él va hasta que encuentra límites. Para que no se pueda abusar del poder, hace falta que, por la disposición de las cosas, el poder detenga al poder». Esa es la base del sistema democrático, la división de poderes ¿Alguien puede garantizar esto en la España de hoy? Creo que los últimos acontecimiento nos dicen que no.

La democracia, en su esencia, es un estado garante del bien común, pero todo ello es posible, cuando existe un respeto a las normas que todos nos hemos impuestos,  normas jurídicas y políticas que garantizan ese estado.

Se nos está perdiendo la verdadera memoria histórica en una amalgama de intereses y de ambiciones subjetivas, en una falta de rigor y de oficio político rayano en el ridículo. Hoy miro con nostalgia al pasado, a aquellos años de mi primera juventud, cuando el pueblo español supo abrir las puertas de un futuro de ilusión y esperanza sobre un paisaje de libertad sin ira, que hoy se nos diluye entre la niebla del descrédito y la indiferencia.