La Navidad me retrae a los días
azules de mi niñez, a la calle empedrada de mi Casillas natal, cuando el pueblo
era algarabía de amaneceres, a mi hogar pequeñito, lleno de calor familiar, a
aquella entrañable reunión de vecinos para cantar villancicos en la Nochebuena,
al calor de la lumbre, a las migas de pan de tío Alberto, hechas con manteca,
para “almorzar” el día de Navidad, a la misa del gallo en la Iglesia de mi
pueblo, a aquel caballo de cartón el día de Reyes. A todo eso, y más, me
recuerda la Navidad. En esos días azules de mi infancia, me enseñaron a
compartir juguetes y alegrías, ilusiones y encuentros, y aquel gozo de vivir la
inocencia.
En este tiempo ya de mí avanzada
madurez, aunque intento permanecer en aquel niño, vivir, todavía, en mi
interior, aquellos días azules, contemplo la Navidad con la sonrisa gris de la
indiferencia, como aquel que mira el amanecer de un paisaje cotidiano y frio.
Creo que hoy el mundo es el horizonte
antagónico del verdadero sentido de la Navidad: la humildad, la sencillez, la
solidaridad, el encuentro, el dejar a un lado todas las diferencias para darnos
la mano y el corazón, mirar y ayudar al que sufre, al que no tiene pan ni
abrigo, al que necesita un abrazo, o unas palabras de cariño; eso todo es la
Navidad, o debería ser la Navidad. Y que bueno si esa Navidad no se limitara al
compromiso de unos días, si no al de todo el año o al de toda una vida.
Pero como digo y creo, el mundo
parece ir por otros derroteros. Levantamos fronteras, en lugar de derribarlas,
ponemos piedras en el camino de la reconciliación y del entendimiento, crece el
odio y las desigualdades, las guerras, el terrorismo, el egoísmo, la lucha de
intereses.
Aquel pesebre de Belén fue una lugar
sin luz, solo la claridad de la noche iluminaba el sencillo recinto, mientras
María sobre las pajas, humildemente, paria a aquel niño que nos daría el
ejemplo de amor más sublime de la historia de la humanidad. Hoy la Navidad se
viste de escaparates atrayentes, de luces suntuosas que llenan, con exuberante
iluminación las avenidas, las calles y las plazas de las ciudades. Hoy, en la
Navidad, los medios de comunicación nos bombardean con propaganda consumista. A
los niños se les enseña a pedir, a Papa
Noel y a los Reyes Magos, el juguete más
moderno y más caro. Y mientras, yo, iluso de mí, recuerdo, con nostalgia, aquel
sencillo caballito de cartón que tanta ilusión me produjo, aquel humilde
juguete que me hizo feliz y que tuve la inmensa suerte de compartir con mis amigos.
Navidad es alegría, sí, pero también
compromiso de amor, y ahí debería empezar el cambio de este mundo equivocado,
en una Navidad donde se derribaran las barreras del odio, las tensiones del
egoísmo, las divisiones de intereses… Siempre
es buen momento para buscar una mesa-camilla familiar donde sentarnos a hablar
para entendernos y reconciliarnos; y, tal vez, esta Navidad podría ser una
buena oportunidad para ello.
Algunos dirán que todo esto es
utopía, ingenuidad infantil irrealizable, sin embargo, yo seguiré pensando, que
el día que perdamos la ingenuidad y la utopía, habremos perdido la batalla para
intentar alcanzar un mundo mejor
Y mientras tanto, siempre nos
quedaran aquellos días azules de la infancia. Feliz Navidad.