Andábamos algunos dejando atrás las inquietudes
de la adolescencia, cuando comenzamos a percibir la apertura de un tiempo
nuevo. Me hallaba yo por aquellos días haciendo un curso en la Escuela de Capacitación
y Experiencias Agrarias de Navalmoral de la Mata. Una mañana de otoño, nos llegó
la noticia de la muerte de Franco.
Yo recuerdo que en mi entorno se empezó a
percibir un cierto temor por lo que pudiera llegar a suceder. La incógnita de
un futuro incierto, surgió, de pronto, como una espada de Damocles sobre
nuestras cabezas. Sin embargo, la gente tenía deseos de paz, de libertad, de
justicia, de reconciliación y quizá fuese esa la base que posibilitó un periodo
de desarrollo y concordia sin precedentes en nuestro país; quizá fueron esos
deseos o quizá también el temor a la vuelta atrás, o a aquel ejercito
expectante, tan influenciado por la dictadura, quizá, también, la afluencia de
una generosidad y una pericia política admirables;
todo ello hizo posible el acercamiento de los diferentes sectores sociales y
políticos, que culminó en un entendimiento ejemplar. Recordemos aquel
inesperado harakiri
de las cortes franquistas, aquella Ley para la Reforma Política, aprobada por
los diputados y refrendada después por el pueblo español, aquellas primeras
elecciones generales de 1977 y, sobre todo, el nacimiento de una constitución
magistral que nos abría las puertas de la esperanza, de la concordia y de la
reconciliación entre españoles. Empezábamos a pensar en que era posible dejar
atrás para siempre aquellas dos Españas machadianas.
El
día 6 de diciembre se cumplen 40 años en que la ciudadanía española rubricó en
referéndum la constitución del 78. Es indudable que la Carta Magna ha marcado
un periodo de bienestar, democracia y desarrollo muy favorable para el país;
sin embargo, ahora vemos que los sucesivos errores cometidos a lo largo de este
periodo democrático, y sobre todo en este último tramo, han producido una
profunda crisis en todos los sentidos dentro de la sociedad española.
No
es bueno perder el recuerdo del pasado. Alguien dijo que la historia es la
memoria del pueblo y aquel que no la tiene presente está condenado a repetirla.
Si contemplamos hoy objetivamente el paisaje nacional, deduciremos que no nos
encontramos en el mejor de los momentos, la mirada objetiva nos pone ante una
profunda crisis del estado democrático. Las ambiciones personales, los
egoísmos, la corrupción, la crisis de valores, la ausencia de generosidad y
humildad política, son datos evidentes que lo demuestran.
La
ciudadanía comienza a percibir una palpable falta de independencia entre los
tres poderes del estado democrático (Legislativo, Ejecutivo y Judicial) cada
poder invade al otro llevado por intereses destructores del bien común. Montesquieu argumentaba que «todo hombre que tiene poder
se inclina a abusar del mismo; él va hasta que encuentra límites. Para que no
se pueda abusar del poder, hace falta que, por la disposición de las cosas, el
poder detenga al poder». Esa es la base del sistema democrático, la división de
poderes ¿Alguien puede garantizar esto en la España de hoy? Creo que los
últimos acontecimiento nos dicen que no.
La democracia, en su esencia, es un estado
garante del bien común, pero todo ello es posible, cuando existe un respeto a
las normas que todos nos hemos impuestos, normas jurídicas y políticas que garantizan
ese estado.
Se nos está perdiendo la verdadera memoria
histórica en una amalgama de intereses y de ambiciones subjetivas, en una falta
de rigor y de oficio político rayano en el ridículo. Hoy miro con nostalgia al
pasado, a aquellos años de mi primera juventud, cuando el pueblo español supo
abrir las puertas de un futuro de ilusión y esperanza sobre un paisaje de
libertad sin ira, que hoy se nos diluye entre la niebla del descrédito y la
indiferencia.