lunes, 10 de abril de 2017

LA HISTORIA SE REPITE.


 

            Cada mañana voy pasando las páginas de la prensa online a través de la ventana de mi ordenador y el paisaje que contemplo se me antoja un tanto lúgubre. Las noticias se distribuyen, como pájaros de mal agüero, por titulares nada tranquilizadores. Las ambiciones, las provocaciones, los odios, las muertes, los radicalismos… no vaticinan, precisamente, nada bueno. Parece que la historia se repite y que el ser humano vuelve a tropezar constantemente en la misma o parecida piedra del camino.


            Históricamente, después de cada convulsión a nivel internacional, o después de periodos abruptos, descubrimos que nos llega la reflexión, tal vez impulsada por el temor o el miedo, e intentamos ponernos de acuerdo a costa de lo que haga falta. Como dice nuestro refranero, tan sabio a veces: después de la tempestad viene la calma. Ejemplos: la unión de países y los acuerdos a nivel global después de la segunda guerra mundial; y si nos atenemos a nuestro domicilio nacional: el consenso político y social, aplaudido y aceptado por todos, después de la dictadura. Todo ello trajo verdaderos periodos de estabilidad, no exentos de sobresaltos, que propiciaron aceptables niveles de prosperidad y desarrollo sobre una base democrática.



 Sin embargo, la democracia, que tiene mano larga para la economía de mercado, ha conseguido otorgar a esta el verdadero poder, es decir, claramente, quien manda es el estado económico, y ese estado económico, que fabrica crisis para conseguir justificarse y afianzarse en el poder, trae como consecuencia las profundas desigualdades que constatamos en la actualidad. El resultado de todo esto es que las sociedades se radicalizan, y de ello se aprovechan los radicales, de las necesidades de una sociedad masacrada por la macro-economía. La utilización de esa masa descontenta les permite a los radicales populistas llegar al poder y, tal vez, encontrar en el la manera de superar sus propias frustraciones personales a costa de las comunidades que representan.


Todo esto, unido a los radicalismos religiosos islámicos, empeñados en sembrar de sangre y muerte la besana del mundo, nos ofrece un panorama un tanto desolador, premonitorio de madrugadas convulsivas para días de incertidumbres.


 La historia y la vida nos demuestra que, si queremos alcanzar la paz en nuestra familia, en nuestro entorno, en nuestro país, en nuestro mundo, no hay nada más útil que el diálogo, y el dialogo, siempre, no solo es hablar, sino escuchar con los oídos, pero también con la mente y sobre todo con el corazón, siempre con el propósito de ponernos de acuerdo, anteponiendo en la mesa del consenso la felicidad y el bienestar del ser humano, de nuestra inquieta y difícil sociedad, de un mundo ambiguo y complicado, que parece, hoy por hoy, más vulnerable y, a la vez, más víctima de sus propias decisiones.