jueves, 18 de octubre de 2018


HAY VIDA MÁS ALLÁ DEL MOVIL

 Cuando, a las cinco de la tarde (hora pedagógica y trágicamente taurina) salíamos de escuela, inundados de aquella alegría infantil, tan llena de alas y de ilusión por todo, soñábamos con llenar el aire de gozo. La vida nos hacía ser felices. Dejábamos  los libros en la mesa camilla de nuestra casa, y corríamos, con la prisa en los pies y el corazón, a jugar en la plaza del pueblo a nuestros juegos de entonces. Éramos felices en ese tacto vital y cotidiano con nuestro entorno rural, tan lleno de entrañables cercanías.

Hoy, en que la edad nos lleva a ver la vida desde otra perspectiva más real, contemplamos un panorama nada alentador. La revolución tecnológica ha cambiado el mundo y las personas. A edades demasiado tempranas, los niños se encierran en el mundo del móvil, limitando su mente infantil a un circuito cerrado, evadiéndola  de las sensaciones naturales que la vida le ofrece.

Si elegimos una de estas mañanas de otoño, para adentrarnos en el bullir cotidiano de una gran ciudad, contemplaremos, ya sin sorpresa, la abstracción del personal, pasando, como zombis, por las aceras; con la mirada hundida en la pantalla del móvil, ajenos a todo lo que les rodea, a todo que no sea lo que le ofrece la visión de su Smartphone (otro anglicismos invasor), Es como una droga colectiva, necesaria para empezar el día.

No pienso negar, Dios me libre, los avances positivos de las nuevas tecnologías, redes sociales, internet, etc. Así como todos y cada uno de sus progresos en la comunicación y su utilidad en la industria, en la economía, en la producción, en la educación, el trabajo etc. Reconozco esa efectividad en estos ámbitos, pero también creo que todo este avance material nos está llevando a una profunda deshumanización, a una sensible degradación de nuestros valores humanos, a una evidente apatía en nuestras relaciones sociales.

La mente de un niño es como una esponja que absorbe todo lo que se le ofrece, es un papel en blanco, de ahí el encanto puro de esa personalidad infantil. De nosotros depende llenar esa inocencia de bondad, de ilusión por la vida, de aires limpios y horizontes abiertos. No debemos cortar ese tiempo en que el niño debe descubrir su entorno, debe sorprenderse por todo lo que le rodea, debe empezar a dudar, a hacerse y hacernos preguntas. La  permisividad de unos padres, dejando a su hijo pequeño pasar horas ante la pantalla de un móvil o una tablet, extasiado ante imágenes y juegos, solo por el hecho de que les deje en paz por un tiempo, me parece de una irresponsabilidad fuera de límites. El niño tiene que ver lo que le rodea y no la irrealidad que le ofrece la pantalla de un móvil.

Salgamos de nuevo a la vida, levantemos la mirada, no olvidemos el sonido cálido de las palabras compartidas. Hay paisajes que merece la pena contemplar.

No estaría mal la prohibición del móvil en esos acontecimientos sociales en el que la tentación de su uso nos impide una relación correcta y afectiva. No estaría mal fomentar talleres de juegos infantiles tradicionales para que los niños vuelvan a jugar en las calles y en las plazas  de nuestros pueblos, para que sientan y vivan aquellas sensaciones de ilusión y alegría de la añorada escuela de nuestra infancia, para que empiecen y empecemos a descubrir que hay otra vida más allá del móvil.