viernes, 11 de septiembre de 2015

EL LENGUAJE DE LAS CAMPANAS



En los pueblos extremeños, donde el aire tiene espacios amplios y los postigos se abren al azul del cielo; donde la torre, de piedra y cal, destaca sobre los tejados, como eterno centinela, testigo impasible de la historia; las campanas tenían su lenguaje especial; y ahora que en el campanario de  Pescueza, la modernidad pone al día el sonido antiguo del bronce por medio de instalación electrónica, me vienen a la memoria las formas diferentes de tocar, a fuerza de brazos, las campanas, según el motivo. Sonidos familiares que durante tantos años formaron parte del paisaje sonoro y cotidiano de nuestros  pueblos.  Aquellos  distintos toques, que tan bien conocían nuestros abuelos y que con el paso del tiempo, se han ido perdiendo.
Aquel tañer llamado del concejo, que  tenía como fin reunir a los vecinos del pueblo para la toma de decisiones, el reparto de pastos comunales o la ejecución de tareas para el bien común. Aquel toque a rebato cuando había un incendio, o el  de domingos y días de fiestas, volteando las campanas. El toque de difuntos, espacioso y triste; o a gloria, cuando fallecía un niño, con el esquilin. El toque a vísperas el día anterior a las fiestas mayores del pueblo, o aquel, interminable, de ánimas en la vigilia de difuntos, la noche de 1 al 2 de noviembre, ejecutado, pacientemente, por el sacristán de la Iglesia, el cual permanecía toda la noche en el campanario, haciendo sonar, sobre el silencio nocturno del pueblo, el lúgubre y constante eco de aquel lenguaje oscuro y solemne; o el silencio amargo de las campanas durante los tristes días de la Semana Santa, a la espera del toque a fiesta del Domingo de Gloria.
Recuerdo, siendo yo monaguillo,  las innumerables subidas-por su escalera larga y serpenteante-al campanario de mi pueblo para tocar a repique, llamando a los vecinos a misa, o a “doblarlas” en los entierros, o el esquilín desde la sacristía para llamar al rosario de la tarde.
Hoy, en Pescueza, desde la Plaza Mayor, se escucha la música de las campanas, con sones peculiares y diferentes, que le dan a su tañer, a través de actuales programas electrónicos, un aire nuevo de atractiva modernidad. Sin embargo (es obvio que la edad acentúa la nostalgia) dejadme ahora, por un momento, describir la melancolía del recuerdo, evocando aquella gozosa algarabía de los monaguillos subiendo al campanario para repicar, alegres, las campanas; o aquel olor a castañas asadas y migas mañaneras, que llegaba desde la torre en el amanecer del día de difuntos.
Todo ello, como tantas otras cosas, es parte entrañable de la historia de nuestros pueblos.
Ahora ya que las campanas van a sonar en Pescueza pulsando un botón desde la sacristía, sería bonito que estos modernos programas electrónicos recogiesen el estudio y la recuperación de aquel lenguaje antiguo del bronce popular que hace años se escuchó en nuestras queridas aldeas extremeñas.

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