sábado, 26 de enero de 2019

SOLIDARIOS CON JULEN

Cuando empiezo a escribir este artículo, al final de una mañana, un tanto gris, del mes de enero, después de leer las últimas noticias a través de la prensa digital, aún continúa la incertidumbre por el desenlace del caso Julen. Seguramente, cuando estas líneas salgan a la luz, todo estará ya definitivamente resuelto.
Pero, ante todo, una vez más, ha quedado en evidencia un sentido humano, una disposición, una actitud desprendida, que dignifica y destaca el comportamiento social del pueblo español, la solidaridad; palabra derivada de la raíz latina solidus, que significa sólido, unido, completo. El diccionario de la RAE la define como: adhesión o apoyo incondicional a causas o intereses ajenos, especialmente en situaciones comprometidas o difíciles.
Los medios de comunicación nos informan de una encomiable actitud solidaria, en una circunstancias tan difíciles y tan emotivas como el caso del niño Julen: trabajadores que piden días libres en su empresa para ayudar en las tareas de rescate, decenas de personas, sobre todo mujeres, que cocinan para los voluntarios, más de 300 profesionales y colaboradores, que han cambiado su forma de vida por unos días para tratar de dar con Julen. Todo esto nos emociona y señala, tal vez, que, en el sentido social y humanitario de los españoles, existe una raíz genética, derivada quizá de experiencias sociales e individuales en circunstancias históricas precarias, que nos hace acudir solidariamente allá donde la necesidad del prójimo lo requiere.
Si esta actitud permaneciera en nuestro día a día, en nuestro convivir cotidiano, si mantuviéramos esta unión social, solidaria, permanentemente, la vida sería mucho más humana, la convivencia sería mucho más cálida y cercana entre todos.
La sociedad española ha demostrado en múltiples ocasiones, y lo digo con claridad, pero sin acritud, que se encuentra muy por encima de su clase política. Mientras los gerifaltes de la cosa pública se empeñan en crear divisiones entre los territorios y la sociedad española a través proclamas ideológicos basados en la supuesta supremacía étnica y social de personas y territorios de España, obligándonos a un continuo enfrentamiento; los ciudadanos de a pie demuestran su unidad, su abrazo común, su unión solidaria, por encima de cualquier tendencia, en casos tan difíciles y tan humanos como este que nos ha ocupado estos días.
Todos, sin haberla visto, hemos reflejado y retenido en nuestra retina la imagen de Julen, un inocente niño de dos años, víctima de unas circunstancias extrañas, dolorosas y adversas.
La empatía con el dolor de los demás nos activa nuestro propio dolor, como una emoción ajena a nuestro interior o nuestro entorno físico, pero que nos crea un lazo de unión emocional con el otro, con los otros, y sentimos esa fuerza anímica que nos lleva a estar allí, con el que sufre, ayudando, colaborando, participando. Esa es la solidaridad que late en los genes del pueblo español, y que, en esta, como en tantas otras ocasiones, han salido a la luz pública.
Ante una tragedia ¿que nos importa la política, ni las ideologías, ni los territorios, ni lo nacionalismos, ni los intereses económicos, ni el dinero? Solo existen las manos del alma para tenderlas hacia el que sufre, solo florece el corazón que siente la emoción contenida por el dolor ajeno. Sin embargo, la solidaridad no debería permanecer solo en el dolor, sino también en la felicidad, en la alegría. La solidaridad completa debería abarcar todos los sentimientos y no solo permanecer en el sufrimiento. Debemos ser solidarios también en el gozo, en la esperanza, en la concordia, en la justicia; porque el sentimiento es común, social y humano. El alma solo sale a la luz cuando la carne se abre en heridas y el sentimiento solidario solo es puro cuando se desnuda la amargura. Sin embargo, insisto, también deberíamos solidarizarnos con el bien ajeno. Si dejáramos la envidia a un lado, para gozar y compartir la alegría del otro, habríamos conseguido derribar uno de los más grandes muros que nos impiden ser felices.
Nos ocupa hoy el caso Julen, y mi deseo, como el de todos, es que se haya resulto de la manera más favorable posible, que esta ilusión y esta esperanza que ha mantenido en pie a los padres, a la familia, a los trabajadores y voluntarios y a toda España, haya tenido un final positivo y feliz. Que esta solidaridad desbordante, haya dado su fruto, que toda esta inquietud y esta tensa espera haya encontrado un final feliz, como el amanecer de la primavera al final del invierno. 
Quiero a provechar la ocasión para pedirle a los políticos que bajen de los estrados, que desciendan al corazón del pueblo y que se den cuenta de una vez que aquí no hay diferencias de clases, ni ideológicas ni territoriales, solo manos y almas unidas en una misma dirección: la vida. Que aprendan que la solidaridad se basa, sobre todo, en crear estructuras legales solidarias, puentes de unión, medidas humanitarias que impidan momentos de dolor y de tragedia como la de nuestro querido niño Julen.



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