Cuando el cuerpo, la vida, es un espacio carnal de dolor, cuando el
sufrimiento se hace insoportable, cuando ya no hay visión de nada que no sea el
deseo de escapar de una situación atroz e irreversible, cuando sabemos que nos
miran ojos queridos, llenos de lágrimas, por una situación de infinita
angustia, nos preguntamos ¿Cuál es la decisión? ¿debemos permanecer en este
sufrimiento, en este camino de espinas sin salida, o ayudar a descansar al que
sufre así? Cristo, en el Huerto de los Olivos, lo pidió, sudando sangre:
“Padre, aparta de mi este cáliz”. y en otro momento del Evangelio dijo “Misericordia
quiero, y no sacrificios” Mateo 9.9.13.
La actualidad, nos ha puesto, una vez más, en la
mesa de la opinión pública, el escabroso y delicado tema de la eutanasia. Era
inevitable que los políticos intentasen sacar tajada de la emoción social que
produjeron las imágenes y las palabras de Ángel Hernández ayudando a morir a su
esposa María José Carrasco, pero tengo que decir que me parece deleznable
aprovechar los ecos emocionales de una tragedia familiar para intentar
conseguir unos cuantos votos.
La eutanasia, “bien morir”, que esa es su raíz
etimológica, es un espacio permanente en la conciencia social del ser humano. Quizá
para intentar dar una solución legal y/o moral al problema deberíamos
preguntarnos ¿Cómo concebimos la existencia humana? ¿Hasta que punto podemos
considerar vida digna una situación de profundo deterioro físico o psicológico?
Tal vez la respuesta este en la conciencia de cada cual, en una decisión
personal, tomada bajo casos extremos de sufrimiento y dolor irreversibles, en
plena facultades mentales y con arreglo a las creencias o sentimientos
religiosos, o no, de cada uno de nosotros.
Es difícil opinar desde el exterior del dolor,
desde fuera de la piel del enfermo, pero es muy probable que, ante la imagen
angustiosa de un ser querido, sufriendo un día tras otro y pidiéndonos
constantemente descansar de ese amargo suplicio, no haya algún Ángel Hernández
que se decida a tender su mano para ayudar a esa persona tan amada a dar el
paso hacia una muerte liberadora, como un acto de amor y misericordia.
Considero que la eutanasia puede y debe ser
admisible en casos extremos, cuando la vida se convierte en un calvario de
dolor y sufrimiento irreversibles y así lo solicita el enfermo junto con la
familia, pero, mi opinión, es que, jamás en otros casos. El vertiginoso avance
de la ciencia y, en concreto de la medicina, esta haciendo posible la puesta en
practica de medios y cuidados paliativos que pueden hacer llevadera una vida
con un mínimo de dignidad y decoro, aliviando el dolor y el sufrimiento.
Debemos anteponer la aplicación de estas medidas a cualquier otra decisión.
Pero cuando la existencia de un ser humano, a pesar de la previa dación de
estos medios, se convierte en un camino de dolor y sufrimiento sin retorno, cuando
el enfermo en estas circunstancias, desde su plena conciencia, decide y
solicita dejar de sufrir ¿quiénes somos nosotros para impedírselo? Nadie es
dueño de la vida del prójimo, por ello pienso que la sensibilidad social y
humana de un estado debe admitir esta realidad evidente, y, en primer lugar,
eliminar la condena, para ofrecer después apoyo y ayuda, vía legal, a aquellos
enfermos terminales que, en una situación de extrema y dolorosa gravedad, decidan
que se les debe aplicar la eutanasia, Por supuesto que la ley debe ser concreta
y concisa en un problema tan sumamente delicado como este, y evitar, al cien
por cien, salidas o actitudes que, buscando resquicios o apoyos legales, no se encuentren, de forma clara, dentro del correspondiente
marco legislativo.
Creo sinceramente que se puede estar a favor de
la eutanasia desde una concepción cristiana de la vida, como un gesto de
caridad, de amor y de misericordia, siempre en estos casos de extrema gravedad,
porque la vida es prioritaria, Soy creyente y creo en la misericordia de un
Padre bueno que no desea ver sufrir a sus hijos.
Me permito recomendar la lectura del libro La
eutanasia, una opción cristiana, de Antonio Monclús (GEU, Granada,
2010). Tres son las ideas principales que expone y que me parecen difícilmente
refutables:
1. En la profundidad de la persona se encuentra el lugar de decisión sobre
la conducta de uno mismo.
2. La eutanasia es una opción cristiana, y lo es desde la defensa de la vida
en plenitud en el más genuino sentido evangélico.
3. El cristianismo no reconoce sentido redentor al sufrimiento, sino que
lucha contra él y contra las causas que lo provocan.
En el prólogo de ese mismo
libro se dice: “La eutanasia es un tema incómodo para la ética, para todas las
éticas, quizá a partir de una concepción sacral e idealizada de la vida y de
una imagen frustrada de la muerte y un terror a la nada. Y no debiera ser así.
Todo lo contrario. Porque la buena muerte –ése es el significado etimológico de
la palabra- constituye la consecuencia lógica de la propuesta ética del “bien
vivir”, de la “vida buena”, de la vida plena, de la calidad de vida, defendida
por todas las filosofías morales sin excepción.” Son palabras de Juan José Tamayo, Director de
la Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones en la Universidad Carlos
III de Madrid, teólogo vinculado a la teología de la liberación, escritor y columnista
Es posible que, tras su lectura, no habrá muchos
que cambien de opinión, pero encontrarán argumentos sólidos que, al menos, les
harán pensar que su postura no es la única válida dentro del cristianismo. Con
eso es suficiente.
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