miércoles, 19 de agosto de 2015

EL ESPEJO DEL DESARRAIGO

Cuando el mes de agosto cruza su ecuador, empieza de nuevo, como cada año, la tranquilidad cotidiana en el pueblo. Pasaron días de reencuentros, miradas cómplices y palabras de afectos, momentos de amistad y cercanía. La ausencia se diluye en el saludo, en el abrazo, en tertulias nocturnas de historias y recuerdos.
Aquellos hijos e hijas de este campo entrañable, que obligados por la escasez de unos años de lucha y sacrificio, tuvieron que dejar su pueblo y su gente, como el árbol joven que le arrancan de su tierra natal para plantarlo en suelo ajeno, vuelven en estos días calurosos del estío a reencontrarse con los rincones de su infancia, para ellos, tan llenos de emociones y vivencias perdidas en un recuerdo cada vez mas lejano. 
Fueron días de calles llenas de gritos infantiles, teatros de fiestas y costumbres en la mano abierta de la plaza, campanadas de horas amenizando la memoria colectiva de un pueblo. 
Pero la Extremadura desarraigada retorna a su ausencia, y poco a poco, casi sin despedidas, el pueblo vuelve a la soledad de costumbre, dejando en las esquinas el eco de un viaje de ida endulzado en la esperanza de la vuelta. 
Este es el espejo del desarraigo de una tierra partida en dos por el vació doloroso de los que se fueron, como principes-mendigos, abandonados por los pechos secos de una madre fámelica, y el empeño de los que se quedaron buscando, entre la tierra arida, semillas y esperanzas de futuro.

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