Hay una magia singular en las noches con lluvia, aunque pensar en el
sufrimiento de los inundados nos devora la poesía… compartida desde la
distancia. Cuando llueve, las tardes se dan prisa en morir y a veces no
tienen suerte porque alguien les asesta una puñalada y aparece un requicio
del ocaso. Nos ilusionamos: ¡Dejó de llover! Y antes que terminamos de la frase, el cielo se cierra otra vez, la lluvia vuelve a
golpearnos la cara, y dibuja espejitos en el asfalto, en los que pueden mirarse y acicalarse los duendes cuando salen a controlar la noche. Pero está el otro lado de las cosas, según del modo que miremos…
El gorrito gris que protege al bebé del frio, la pérdida de todo lo
material que fue comprándose con esfuerzo, el rosario que se desliza
entre los dedos de una anciana, la hilera de mujeres y hombres esperando
la botella de agua potable…..bolsas de polietileno navegando por el
río, escapando de una camioneta cargada de mercancias , persistencia
denodada de bomberos y la permanente solidaridad de los vecinos.
La
lluvia no tiene corazón, tan pronto regala al hombre una buena cosecha como
la destruye con un diluvio. Y es el hombre, quien desde hace muchos años
olvida la sencilla sabiduría de la naturaleza y no valora los dones
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